Academia y Ciencia, bondades y desigualdades en una pandemia

Estimado Editor:

La crisis generada por la COVID-19 ha impuesto nuevos retos a la Academia y por consiguiente a la Ciencia. Las herramientas digitales se han tornado elementales en la continuación de las actividades docentes y el ciclo científico estudiantil y como se conoce, los principales espacios se han concebido en la virtualidad mediante el uso de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC).

Los principales gestores de los escenarios físicos, ahora esencial y necesariamente virtuales, han adoptado disímiles estrategias en búsqueda de la solución a lo que podría devenir en una compleja enramada, pero las circunstancias siguen obligando a que la arteria central sea la informatización.

Fue necesario adaptarse al empleo de los nuevos recursos y modificar la metodología de la enseñanza y aprendizaje. Sería imperdonable no comprenderlo: el mundo y Cuba van en ascenso si de tecnología se trata; la situación epidemiológica lo requiere pero ¿estamos preparados para esta situación?

Mucho puede decirse de las innegables oportunidades que ofrecen las TIC y de su funcionabilidad en su articulación pedagógica en varias disciplinas; existen programas innovadores y hay que reconocer que es una modalidad de aprendizaje flexible, dinámica y adaptativa al medio donde se desarrolla 1 .

Sin embargo, aun cuando han permitido mejores y más rápidas vías para diseminar la información, así como conexiones confiables entre los grupos meta, el uso de las TIC ha develado notables desigualdades en cuanto al acceso a los recursos tecnológicos.

Es pertinente señalar que más allá de las ventajas y dificultades de la educación a distancia en las universidades cubanas, en cuanto a la orientación y evaluación de las tareas independientes y el estudio autorregulado y rectoreado por facilitadores, no es solo la formación meramente académica la afectada.

La potenciación de la modalidad virtual ha acogido también a los eventos científicos, incluidos aquellos pertenecientes al ciclo científico estudiantil, dado que sus organizadores, ante la imposibilidad de socializar el conocimiento en los espacios habituales, trasladaron talleres, jornadas y cursos a la nueva modalidad.

Las sesiones virtuales permiten mayor divulgación de estas citas estudiantiles, sin embargo han dejado al descubierto debilidades en las que debe seguirse trabajando, a la par que habla de limitaciones de muchos estudiantes que dependen de la conexión mediante datos móviles y redes Wi-Fi, recursos que no están al alcance de todos. Existen núcleos familiares cuyo ingreso no puede suplir este aspecto e incluso otros que aún no cuentan con dispositivos con dichas funciones habilitadas, imprescindibles en la confección de un "currículum formidable", requisito en la formación universitaria.

Si bien la educación a distancia y el teletrabajo lograron asumir iniciativas resolutivas en este sentido, es penoso plantear que los Grupos Científicos Estudiantiles siguen ampliando la brecha de las desigualdades: solo no es necesario un dispositivo inteligente y la conexión a Internet, sino que existen además inscripciones a las que puede accederse únicamente si se cuenta con teléfonos de cuarta generación.

¿Cómo es posible que se evalúe la integralidad de los estudiantes universitarios apegados al mismo reglamento si las circunstancias y posibilidades no son las mismas? ¿Acaso no tienen derecho todos a ser contemplados en estos espacios, derecho a aprender y participar? Entonces... ¿por qué no diseñar estrategias más inclusivas?

Hay que insistir en la disponibilidad de los recursos tecnológicos, pensar otras alternativas que favorezcan a aquellos con dificultades económicas y de acceso, todo en aras de generar mayor inclusión y encontrar el ritmo sincrónico al que se nos convida: pensar como país.

Referencias Bibliográficas
Historial:
  • » Recibido: 17/05/2021
  • » Aceptado: 11/06/2021

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